Antes de dejar Tulum me sentía emocionada, segura, lista
para crear una vida nueva en la ciudad y ansiosa por toda la gente y
experiencias que estaba a punto de tener, nunca se me ocurrió pensar lo difícil
que sería dejar mi hogar y su gente. Mientras más se acercaba la fecha todo se
volvía más real, las dudas llegaron y me atacaron despiadadamente, mis últimos
días en Tulum los pasé diciéndole a todos cuanto los quiero, agradeciendo por
todo lo vivido, arrepintiéndome por lo que me faltó y llorando. Lloraba todo el
tiempo, mientras manejaba, en la cama, cuando veía las estrellas o el mar,
cuando abrazaba a Fer, sola y acompañada lloraba. Tenía tantas emociones
mezcladas que era imposible contenerlo dentro. Era un llanto de emoción, dudas,
dolor, tristeza, amor, miedo… todo junto y revuelto.
En Tulum encontré todo lo que se puede desear; mi hogar, mi
familia, mi alma gemela. Pero en el fondo sabía bien que en éste momento tenía
que dejar todo eso y emprender un camino sola, lejos de la gente y el lugar que
más quiero. Ha sido la decisión más difícil de mi vida y me llevó meses reunir
el coraje para tomarla.
Dejé mi pueblito caribeño que tanto me quiso por dos años y
me mudé a la ciudad más grande del mundo, la Ciudad de México. Mi corazón sufre y agoniza porque las estrellas del infinito cielo fueron remplazadas por focos
que brillan en la obscuridad de la noche, la blanca arena por pisos de concreto
y el mar se convirtió en olas gigantescas de gente y autos, las palmeras ahora
son edificios tan altos que desgarran las nubes.
Tulum es como ningún otro lugar en la Tierra, es mágico y
sin tiempo, intenso y poderoso, es un vortex de energía y locura. Apenas y tomé
fotos estando allí; estaba demasiado ocupada disfrutándolo como para siquiera
preocuparme por eso. También era demasiado personal para compartir y demasiado
poderoso para olvidar. Talvez no tenga demasiadas fotos hermosas de la playa o
la gente pero tengo miles de recuerdos que vivirán en mi corazón por siempre.
En éste lugar encontré una parte de mí que no sabía que
existía, me he sentido tan débil y tan fuerte, tan vulnerable y segura. Ha sido
hermoso, brillante, duro y trágico, inspirador y cambiante. Dejar Tulum es agridulce, estoy emocionada y
aterrorizada al mismo tiempo, me siento nostálgica por irme pero impaciente por
explorar éste nuevo lugar. Estoy cerca de mi familia de sangre pero lejos de mi
tribu. Y más que nada, extraño su cara y su voz, su sonrisa y como me hace
reír, extraño nuestras conversaciones y momentos de silencio, ambos igual de
profundos y reconfortantes. Extraño el calor de nuestra piel y la seguridad de
su abrazo, verdaderamente no sé cómo haré para vivir éste nuevo capítulo sin el a mi lado, pero sé que es donde debo estar y tengo la certeza de
que nuestros caminos se volverán uno solo de nuevo.
No recuerdo cuantas veces nos hemos dicho adiós ya, pero
ninguna de estas ha sido real, ni siquiera cuando parecía que si. La vida nos
sigue uniendo y nada podría ser más perfecto que nosotros. Estoy rodeada por
nueve millones de personas y la única que quiero no está aquí. Parece ser que
el amor que sentimos por el otro es mucho más fuerte que cualquier distancia,
tiempo o complicación que podamos tener.
Desde el momento en que nos conocimos me enamoré
profundamente, tenía miedo y no me sentía preparada para tener una relación y
apenas lo conocía, pero algo dentro de mí continuaba diciéndome que la más
grande aventura de mi vida estaba por comenzar. Desde el principio supimos que
somos perfectos para el otro, nunca tuvimos que pretender o forzar nada, todo
se dio naturalmente, como si siempre hubiera estado allí. Y creció y creció y
creció y nos amamos con la intensidad que las estrellas aman la luna y el
escritor a las letras, es inevitable y no existe otra forma en la que pueda
ser. Pero el tiempo no era perfecto y por más que nos quisiéramos también
sabíamos que aquel momento de nuestras vidas era de crecimiento personal. En
dos años hemos acumulado tantas historias y pasado por tanto que verdaderamente
creo que somos invencibles, somos infinitos.
El sábado en la mañana subimos todas mis cosas al carro y me
despedí de Fer unas cinco veces, olvidaba cosas en su casa y tenía que regresar
por ellas, cada vez lo llenaba de abrazos, besos y te quieros. Manejamos por 20
horas en dos días, escuchando la música que me gusta y admirando los paisajes y
la carretera, uno de mis lugares favoritos. Paramos a comer en Campeche y luego
a dormir en Veracruz. El domingo llegamos a Puebla donde visité a mi papá,
durante tres horas hablamos, comimos helado y disfrutamos de la compañía del otro.
Después mi mamá manejó hasta el DF y mientras íbamos entrando más pequeñita me
sentía, había demasiado ruido, demasiado tráfico, demasiado caos. Durante todo
el camino hasta la casa no hablé, sólo pensaba en Tulum y la naturaleza
mientras lágrimas llenas de terror e inseguridad corrían por mis mejillas,
observaba los rascacielos y la gente apurada boquiabierta. Estaba segura de que
no aguantaría ni un mes en éste lugar de locos. Pensé que lo había arruinado
todo y que sería completamente infeliz en ésta ciudad, quería regresar a la
calma de Tulum y estar con mis amigos. Quería ver las estrellas y escuchar el
mar. Quería estar descalza todo el día y bailar toda la noche. No tenía la
menor idea de lo que me esperaba.
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